La función comienza
Poco a poco, fui acercándome al bullicio, hasta que llegué a la única puerta que había en ese piso. Era una puerta marrón, como la de cualquier habitación, sin ningún letrero que la identificara. Después de tocar unos segundos, finalmente salió una mujer.
—Vamos, rápido... Siéntanse en las sillas de las mesas, sólo en las sillas de las mesas. —ordenó, con un tono de voz alto, la alguacil de pelo largo.
Una vez entramos todos, cerraron la puerta.
Era un cuarto espacioso, con dos o tres globos colgados del techo. En una esquina había dos escritorios con una maquinilla y un teléfono cada uno. Las mesas rectángulares se llenaron a capacidad. No había ni una sola ventana en aquel lugar.
De momento, las luces se apagaron... y se volvieron a prender... El efecto "discoteca", como lo llamó un señor, se debía a que alguien creyó que era buen momento para verificar el funcionamiento de las luces. Y sí, parece que estaban bien. En ese momento, comenzó la función:
—Señora —se levantó una mujer de algunos 75 años—, mi esposo está afuera con cáncer.
—Yo soy budista y mi religión no me permite juzgar a nadie —aclaró otra, con un particular acento.
—Ahhh, yo estoy traumatizada —llegó diciendo una muchacha despeinada, vestida de negro— a mi papá lo mataron... yo estoy tan traumatizada.
—Yo tengo cáncer en el colón. Mi hija es retardada. Mi hermana la está cuidando y se acaba de fracturar una cadera.
—Yo no puedo estar mucho tiempo sentada. Tengo fibromialgia y problemas en los huesos.
[...]
Así transcurrió una hora, en la que, por lo menos, 20 de las 40 personas dijeron por qué no podían estar allí. Ninguna de estas personas fue excusada.
Entonces, yo, ¿tendría una excusa mejor que aquéllas? Por supuesto que no. Así que me mantuve callada...
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