Bienvenidos

lunes, 28 de abril de 2008

¿Por qué mentimos?


Hace tiempo que no escribía "porque sí", porque me diera la gana. Con el trabajo en la Editorial, una tesis que me tiene ocupada desde hace un año y la vida social, tan necesaria, apenas he tenido oportunidad para este tipo de cosas.

Creo que, desde que vino aquella nave voladora con el gato aquel, apenas me ocupo de escribir. Aunque, ahora que lo pienso, debe haber sido la tarántula de cinco pies con la que me tropecé hace unas semanas, cuya conversación me afectó las neuronas. Sinceramente, no lo sé.

¿Creen que alguien me creería excusas así? Lo ignoro, pero me divierte que la gente piense que sí. Hoy conversaba con una persona a la que le gusta mentir, pero no por necesidad, sino por placer. No digo su nombre porque ignoro si se llamará "Jack", "Verónica" o, tal vez, "Roja, que te quiero Roja". ¿Por qué lo hace? ¿Por diversión...? ¿Por ignorancia...? ¿Por frustración...?

En una ocasión, un amigo me dijo: "bueno, es que a veces no se puede decir la verdad ni la mentira. Si una mujer me pregunta si está gorda, ¿qué le voy a decir? Si le digo que sí: 'estás gorda', me asesina. Si le digo que no lo está, me dice que soy un mentiroso. Así que prefiero decirle: '¿qué clima éste? Primero, hace calor; luego, llueve".

Así que a la amiga de las historias: "¿qué clima éste, verdad?"

Muero por saber qué cuento me hará mañana.<

jueves, 24 de abril de 2008

Finalmente, lo hice

Hace poco más de un año comencé una tesis de maestría. No puedo decir que fue una época dura, porque mentiría. En mi vida he vivido momentos de mayor tensión. Esta vez me sentía tranquila, feliz; estaba haciendo lo que me gustaba y para lo que había estudiado.
Hoy, hace apenas unas horas, puse el último punto de un trabajo que me requirió tiempo, esfuerzo y mucha disciplina, exigencias que debo admitir no cumplí siempre. Tuve tiempo para salir, despejar mi mente de la rutina, de libros y hasta hubo momentos de sosiego o "retiros académicos", como los llamé.
Alrededor, siempre tuve apoyo y confianza en mi trabajo. Creo que, al final del camino, el resultado fue mejor de lo que pude haber imaginado.
Hoy, aprovecho para darles las gracias a mis amigos, como si estuviera en plena presentación del proyecto, y es que no puedo esperar hasta que llegue ese día. Realmente, sus buenos deseos fueron un gran impulso. Gracias por aguantar mis anécdotas, por leer mis entrevistas y por escuchar por horas las grabaciones de ellas.
Los veo ese día. ¡A celebrar (como siempre)!

Como ciudadana responsable

De vez en cuando pienso en aquellas cosas que pude haber hecho y no hice. Nunca tengo una respuesta concreta, pero me gusta imaginar lo que habría pasado si… no hubiese conocido a cierta gente, si hubiese elegido otra profesión… Con esto del jurado, meditaba, por ejemplo, en qué habría pasado si no hubiese estado en Puerto Rico cuando me llamaron del Tribunal: cómo hubiese cambiado la decisión del resto del jurado, si no hubiese estado allí.
Quizás sea un poco egocentrista creer que tu permanencia en un lugar cambie el resultado de ciertos procesos; aunque en este caso esté convencida de que así es. Para ser jurado, se requiere compromiso e integridad, pero también, abogados cerca. Necesitas saber un poco de las leyes, los delitos y la labor que, en menos de tres horas, te quiere enseñar un juez. Como "ciudadano responsable" —como te llaman constantemente—, quieres tomar la decisión que vaya "más allá de toda duda razonable".
Luego de la deliberación, la sensación que queda es comparable con la muerte de un familiar o el vacío que deja el fin de una relación. Conocer cómo funciona la Justicia en Puerto Rico —y seguramente, en todo el mundo— desilusiona y preocupa. Ver, por ejemplo, cómo realiza sus investigaciones un agente de homicidios te dice cuántas personas culpables están libres, y lo que es peor: cuántos inocentes están en las cárceles.
Que "si aprendes algo", que "son experiencias que te marcan"; puede ser. En mi caso, desarrollé paciencia, conocí lo que es la resignación y lo que es peor: comprobé que "la Justicia" depende de ineptitudes, popularidad y, sobre todo, de mucha suerte.
A pesar de esto, las personas que fungen como jurados son tratadas con cortesía y respeto... En algún lugar del mundo, espero. Aquí continuamente se las amenaza con ser arrestadas si no se presentan al Tribunal. Pueden recibir, por "descuido" tal vez, una merienda con hormigas, gusanos y otros insectos; comparten estacionamiento con coacusados, y no obtienen ninguna protección del Tribunal. (Sin embargo, sería injusta si no reconociera el buen trato de los jueces y los alguaciles una vez comienza el proceso).
Finalmente, meses después, reciben un "jugoso" estipendio de veintiséis dólares (en total) si pasas más de sesenta días dedicadas a la Justicia de su país. A todo lo anterior hay que sumarle la pérdida de horas y dinero que tus patronos deben pagar por tu ausencia al trabajo durante ese tiempo. Si trabajas por tu cuenta, son meses en los que no recibes ni un solo centavo. Todo un derroche de beneficios…
Pero basta de reflexionar sobre la vida y los porqués; ahora hay una preocupación mucho más importante: ¿qué haré con los veintiséis dólares? ¿Los debo donar? Creo que, como "ciudadana responsable", es hora de pensar en mi futuro…

Mi regalo de quince años

Nunca tuve un quinceañero. Le había advertido a mi mamá que no me vestiría de novia prematura como todas mis amigas y, mucho menos, realizaría el ritual tonto de los cambios de zapatillas. Mi papá disfrutó de la idea de no tener que vestirse de etiqueta, hasta que se enteró de que lo que quería era un viaje a Argentina.

Mi familia apenas ganaba lo justo para comer y pagar las deudas. Nunca recibí aquel regalo y lo entendí en aquel momento. Sin embargo, siempre tuve la ilusión de visitar la tierra del churrasco y el tango (ahora añado del vino y los guapos argentinos).

Luego de once años, por fin pude darme mi regalo de quinceañero. Ir a Buenos Aires y a la Patagonia ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. No hay forma de describir la magnitud de las cataratas del Iguazú, el esplendor del glaciar Perito Moreno y la emoción al esquiar por las montañas de Ushuaia.

Mi regalo de cumpleaños llegó un poco tarde, pero la emoción de hoy se disfrutó el doble. Gracias a mi papá por los sacrificios y los esfuerzos. Este viaje debí darlo con él.

Crónica de un día en corte (Parte V)


La número 13
Una vez terminadas las deposiciones de los candidatos, los alguaciles nos asignaron un número a cada uno. Nunca he sido supersticiosa, pero ese día había que serlo; al fin y al cabo, la dosis de mala suerte ya había sobrepasado el límite. Según comentaron, la probabilidad era mayor en los números más bajos. Así que, cuando me llamaron bajo el número 13, supe que hasta ese momento había durado mis vacaciones. Inmediatamente, llamé a mi mamá (la pobre estaba muy preocupada por la suerte de su hija). Para buscar apoyo, le dije:
—¿Recuerdas que siempre me has dicho que las cosas se hacen bien o no se hacen? Siéntete orgullosa: tu hija lo está haciendo bien.
Estaba segura de que me iban a escoger.
Mi mamá se quedó en silencio por un momento (era obvio que estaba preocupada). Luego, se alarmó:
—Ay, Dios mío, ¿y si es un caso de asesinato…?
Si quería darme apoyo, obviamente lo disimuló. Sin embargo, le había dado otra dosis de pesimismo a mi mal día: era muy probable que esto no terminase aquí, que continuase hasta, sabe Dios, cuántas semanas. Tendría que ver a jueces, abogados y a posibles asesinos, diariamente. Para colmo, ¿qué haría con el trabajo? Pensativa, me coloqué en una absurda fila india: yo, por supuesto, la número 13 de la línea.
Las madres no se equivocan
Entramos en la sala. Había 27 personas detrás de mí; casi todas susurraban; la muchacha del trauma lloraba; la señora enferma de cáncer intentaba convencer ahora a su compañera de fila; la budista meditaba en su norma de no juzgar; y yo, con algo de esperanza, sólo pensaba en que sería fantástico que conociera al abogado de defensa, o a la fiscal. (Con más de seis abogados en la familia cercana y algunos amigos en el campo de las leyes, sabía que ésa era la excusa más sencilla para que te libraras de un juicio).
Al sentarme, busqué en la sala algún rostro conocido; pero no conocía a nadie; ni siquiera a la pobre mujer ronca que comenzó a leer la decena de cargos del acusado.
Temo reconocer que las madres nunca se equivocan y la mía, mucho menos.
Hay que creer...
A las 11:15 de la mañana comenzó la selección del jurado, la peor parte de todo el proceso. Las decenas de personas, completamente desconocidas al inicio, se convirtieron en amigos al final del día. Conocimos los gustos, la familia, las profesiones, las enfermedades, las experiencias inborrables y hasta la música que escuchaba cada una de estas personas. Todo esto frente al acusado.
Fueron más de quince horas en un proceso absurdo, en el que la seguridad o los compromisos de todos no le importaron a nadie. Madres, padres, hijos y abuelos; doctores, editores, enfermeros, policías y maestros dejaron de cumplir con sus responsabilidades diarias. El posible acto de una persona fue capaz de controlarnos el día.
De más está decir que fui seleccionada. La budista pudo seguir con sus creencias; la mujer con cáncer regresó a cuidar de su hija; la mujer traumatizada continuó llorando en su casa; la señora de la fibromialgia regresó a darse tratamiento.
El juicio comenzará la próxima semana. Mis vacaciones, por lo menos, sólo se aplazaron un día; la jueza entendió que había compromisos que no podían suspenderse. A partir de este momento, no podré emitir un sólo comentario del caso. En mis manos y en el de trece personas más, dependerá la suerte de un ser humano.
A veces, hay que creer en la Justicia, aunque, en días como estos, es muy difícil poder hacerlo.

Crónica de un día en corte (Parte IV)


La función comienza


Poco a poco, fui acercándome al bullicio, hasta que llegué a la única puerta que había en ese piso. Era una puerta marrón, como la de cualquier habitación, sin ningún letrero que la identificara. Después de tocar unos segundos, finalmente salió una mujer.


—Vamos, rápido... Siéntanse en las sillas de las mesas, sólo en las sillas de las mesas. —ordenó, con un tono de voz alto, la alguacil de pelo largo.


Una vez entramos todos, cerraron la puerta.


Era un cuarto espacioso, con dos o tres globos colgados del techo. En una esquina había dos escritorios con una maquinilla y un teléfono cada uno. Las mesas rectángulares se llenaron a capacidad. No había ni una sola ventana en aquel lugar.


De momento, las luces se apagaron... y se volvieron a prender... El efecto "discoteca", como lo llamó un señor, se debía a que alguien creyó que era buen momento para verificar el funcionamiento de las luces. Y sí, parece que estaban bien. En ese momento, comenzó la función:


—Señora —se levantó una mujer de algunos 75 años—, mi esposo está afuera con cáncer.


—Yo soy budista y mi religión no me permite juzgar a nadie —aclaró otra, con un particular acento.


—Ahhh, yo estoy traumatizada —llegó diciendo una muchacha despeinada, vestida de negro— a mi papá lo mataron... yo estoy tan traumatizada.


—Yo tengo cáncer en el colón. Mi hija es retardada. Mi hermana la está cuidando y se acaba de fracturar una cadera.


—Yo no puedo estar mucho tiempo sentada. Tengo fibromialgia y problemas en los huesos.


[...]


Así transcurrió una hora, en la que, por lo menos, 20 de las 40 personas dijeron por qué no podían estar allí. Ninguna de estas personas fue excusada.


Entonces, yo, ¿tendría una excusa mejor que aquéllas? Por supuesto que no. Así que me mantuve callada...

Crónica de un día en corte (Parte III)


De camino a Bayamón


La tarjeta nunca pasó: no tenía ni un centavo. En algún momento cambié la tarjeta con dinero por la otra del concierto. Así que, resignada, compré otra.
Me monté en el tren: ya eran las 8:25 a. m.. Sólo tenía cinco minutos para llegar. De camino pensaba en todas las excusas que podría inventarme: "Odio la Justicia; matar es liberar el alma; mi papá fue asesinado en el 1980, antes de yo nacer, y estoy traumatizada por eso. "¿Les diré lo de la tesis? ¿A quién le va a importar que yo tenga que hacer algo en Semana Santa?", pensaba.


Finalmente, el tren se detuvo justo a las 8:30, justo a la entrada del Tribunal de Bayamón. Vamos a ver lo que me espera ahora...


El secuestro


Era la única persona del ascensor que iría al octavo piso, el último del tribunal. "Qué bueno. No hay nadie", susurré. "Creo que podré salir más temprano".


Cuando doblé el pasillo, me topé con el espectáculo: había más de cuarenta personas que hablablan al unísono: señores de todas las edades, jóvenes profesionales, señoras con sus esposos enfermos, mujeres en muletas y hasta una mujer policía y una enfermera. Todos citados para el mismo caso; todos víctimas de un secuestro de medio día (o al menos, eso creía yo).

Crónica de un día en corte (Parte II)


El cambio de planes

Llegó el lunes. Después de un concierto de Maná el día anterior, me había propuesto levantarme tarde esa mañana.

El reloj sonó a las 7:15 a. m. "¡Carajo, la citación!". Pasaron muchos minutos antes de entender que dormir ya no estaba entre mis planes.

Mientras desayunaba y mi mente aún gruñía, mi hermano abogado comenzó a asesorarme:

—Eso debe durar hasta las dos de la tarde. Puedes irte en el tren; te dejará justo en la entrada. Yo tengo una tarjeta con dinero. Toma, puedes usarla.

—¿Hasta las dos? Bueno, no está mal —ya comenzaba a despertar—. Puedo salir para el parador como a las tres. El día no está perdido del todo.

Todo sonaba bien; ahora, había otro asunto que me procupaba más. Mi hermano me había dado una tarjeta, un pequeño plástico para guardar. Los que me conocen saben que la probabilidad de que ese pequeño papel llegase conmigo a la estación era del 13 por ciento; quizás, menos. "Alexandra, tranquila", pensé. "La guardas y ya. Eso sí, saca la que utilizaste el día antes para el concierto. No vaya a ser que las confundas". Eso hice, saqué la tarjeta que tenía en mi cartera y guardé la otra. "Aquí la pondré. No se me perderá".

A las 8:15 de la mañana llegué a la estación Martínez Nadal.
—Bueno, ahora sí, vamos a buscar la tarjeta del tren... Aquí está.
"Ves, Alexandra, —reflexioné— no había nada de qué preocuparte. Siéntete orgullosa: estás dejando atrás ciertos hábitos".

Con satisfacción, me dispuse a pasar la tarjeta.

Crónica de un día en corte (Parte I)


El peor delito


El viernes, 30 de marzo comenzaría unas deseadas vacaciones. Me iría a un parador lejano, cerca del cielo, y me dedicaría a trabajar en una tesis de maestría que tengo en agenda. Sin embargo, el Estado Libre Asociado y sus leyes tendrían otros planes.

Cuando el reloj marcaba las 5:15 p. m., recibí una llamada que lo cambió todo. Levanté el auricular; era la recepcionista de mi trabajo. Con su voz 1-900, me susurró lo siguiente:


—Alexandra...mmm... sí... tienes a la alguacil Marrero en línea 1, la alguacil...


Su voz temblorosa delató su sospecha de que me encarcelarían por robo o que siempre supo que hablaba con una criminal peligrosa. Yo, por supuesto, tenía la conciencia mucho más limpia como para pensar en eso.

La llamada me pareció extraña; sí. Pero pensé que podría ser cualquier "pshyco" conocido o un amigo que me gastaba una broma. ¿O será que a mi hermano le pasó algo? ¿Mi papá habrá chocado? Bueno, decidí contestar. ¿Qué puede pasar?

¿Saben cuál fue mi peor delito...?


Votar en las pasadas elecciones...

La alguacil me estaba citando para comparecer como candidata a jurado.

Es aquí cuando comienza mi historia...

Una entrada con cero comentarios

Hace tiempo que estaba por comenzar este "blog". La falta de tiempo era mi mejor excusa. Bienvenidos a este nuevo espacio, en el que espero publicar impresiones, mis trabajos más recientes y aquellas cosas que considere interesante. Salud, por la nueva incursión al mundo bloguero. Enhorabuena para mí.